Al sur de la coordillera de Chile
Muchas son las excusas que un viajero puede tener para conocer Chile, dondelos sentidos se agudizan y hay una variedad casi infinita de sabores que esperan. Otras más son las razones para querer volver, dice Gabriela Rentería.
No sé qué fue primero, la poesía de Neruda, de Gabriela Mistral, de mi admirado Gonzalo Rojas o el vino chileno.
Me refiero a mi primer encuentro con Chile. Ojalá hubieran sido los dos al mismo tiempo.
Ojalá hubiera tenido una copa de vino chileno a la mano la primera vez que leí aquel fragmento de Rojas: “Mi estrella: tú, tan partida, y tan única, y tan total como mi vida, y mi muerte: tú eres la llama que sale de mis ojos”.
Lo que sí sé es que he bebido más vino chileno que lo que he leído poesía en general. Y es que con él, muchos mexicanos comenzamos a acercarnos a la cultura vinícola.
La copa de vino con la que me dan la bienvenida en el avión que abordo hacia Santiago de Chile resulta el presagio de lo que será un viaje no solo al país de los poetas más entrañables para mí, sino una travesía para resignificar los sentidos.
Secretos de un terruño
Llego a Santiago esperando ver las mesas de los restaurantes inundadas de copas. Para mi asombro nunca vi demasiado.
En las tiendas de autoservicio la oferta es muy vasta, pero los precios no son tan accesibles como lo podríamos imaginar del país que ocupa el cuarto lugar como exportador de vinos en el mundo, colocándose después de España, Francia e Italia.
Santiago ha sido una ciudad de seducción lenta y belleza esquiva, pero me sorprende con su riqueza arquitectónica, el orden en sus calles y su sentido familiar. Decenas de padres con sus
hijos abarrotan los parques y las calles en domingo. Barrios de todos los estilos, hundidos entre dos cordilleras, la de los Andes y la de la costa, donde abundan exquisitas tiendas y galerías de arte, nueva cocina chilena o cafecitos bohemios.
Me hospedo en Providencia, el distrito cultural, relajado y trendy. Todo está listo para mi encuentro con el vino chileno y habrá que empezar por entender la escena vinícola local.
De acuerdo con datos de Wines of Chile, tan solo en 2014 la industria generó 1,846 millones de dólares, lo que da una idea del nivel de producción y cultivo que sucede en los 1,200 kilómetros de vides que se extienden de norte a sur en este país.
Y, contrario a lo que pudiera parecer, dichas cifras no se deben al consumo interno.
“El 75% de la producción de vino chileno se exporta; hoy en día el consumo per capita es de 17 litros al año, y la caída del consumo ha sido notoria en los últimos años. En realidad poca gente bebe vino habitualmente en nuestro país”, explica Carlo Furche, ministro de Agricultura de Chile.
Más allá de las cifras, el vino chileno es el mejor embajador de este país. Y rodar la carretera que va de Santiago al Valle de Colchagua, uno de los 13 que producen vino, resulta la entrada al universo del que emerge.
Esta importante franja agrícola chilena está ubicada al pie de los Alpes, lo que le da una belleza suprema.
Muchas son las rutas vinícolas que se pueden hacer desde esta carretera que cubre poco más de 150 kilómetros desde Santiago hasta San Fernando, la ciudad principal de este valle.
La bodega Viu Manent me recibe con varios vinos para catar.
Esta hacienda, enclavada en medio de lo que parece una infinidad de viñas, se superpone al hermoso paisaje que la rodea, donde la cordillera es el centro de atención.
Algunas de sus viñas de malbec tienen más de 100 años de antigüedad, y es con ellas que elaboran cuatro de sus etiquetas premium, platica Patricio Caledón, el joven enólogo de la bodega.
Mientras paseo en un carro tirado por caballos entre los viñedos, me entero de que la historia de la bodega comenzó en 1935, cuando Miguel Viu, un inmigrante catalán, cumplió su sueño de trabajar la tierra.
Ahora, la tercera generación de la familia que encabeza el negocio, sigue viendo el cuidado de la vid y, a la par el medio ambiente, como una parte fundamental para crear vinos de calidad.
Esto se vio reflejado en los 90 puntos que Wine Spectator le otorgó durante este año a tres de sus etiquetas: VIU1, Single Vineyard Cabernet Sauvignon y Single Vineyard Malbec.
Estos caldos con una gran historia son grandes representantes del vino chileno.
Otras varietales típicas del Valle de Colchagua son cabernet sauvignon, carménère, merlot y syrah. Frescura y esa mezcla que solo da la tradición cuando se une a la vanguardia son la constante en todos los vinos que pruebo durante el viaje.
Información de viaje
Cómo llegar
LAN (lan.cl) ofrece rutas directas con un servicio excepcional y aviones nuevos, desde $800 USD.
Más información
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Los otros sabores de Chile
Es lógico suponer que en una tierra con las excepcionales condiciones geográficas con las que goza Chile, al tener
como barrera natural a la Cordillera de los Andes, sea también responsable de frutos y hortalizas de la misma calidad que sus vinos.
De ahí que la carretera al Valle de Colchagua también tenga otras sorpresas extraordinarias.
Aquí yace uno de los mayores productores de aceite de oliva virgen extra del mundo: Olisur. Visitar este lugar es una verdadera experiencia.
La bodega fue diseñada por el arquitecto Guillermo Hevia, quien se inspiró en las líneas sencillas y el entorno para crear una edificación recubierta de madera, que se distingue por su belleza.
Además, lo embellecen más de dos millones y medio de olivares, responsables de este aceite, que es totalmente orgánico.
Para garantizar su calidad, todo el proceso de elaboración es mecanizado, ya que con solo tocar las olivas se puede precipitar la oxidación.
Por esta misma razón, una vez cortados los frutos, no dejan que pasen más de dos horas para comenzar a extraer sus jugos.
Otro de los secretos de su calidad es cortar las aceitunas prematuramente, pues así previenen que los insectos dañen los frutos, explica Duccio Morozo, maestro del cultivo de oliva, quien asesora a Olisur.
También en esta zona es una delicia observar los campos colmados de árboles frutales: nectarinas, manzanas, ciruelas y arándanos. Todos de una excelente calidad, tanta que van directo a las mesas de los mejores restaurantes.
Tales como Boragó, del chef Rodolfo Guzmán, que este año ocupó la posición 42 de la lista The World’s 50 Best Restaurants.
De regreso a Santiago no me podía ir sin conocer el lado B de la gastronomía chilena. Esa que todo foodie busca en una ciudad. En el mercado Tirso de Molina se encuentra el puesto del carismático Juanito Ollas, donde pruebo un exquisito ceviche de corvina y salmón. Fresco y perfectamente sazonado.
No me extraña, pues las temperaturas frías de esta latitud del Pacífico favorecen la calidad de los frutos del mar.
Cruzo la calle y entro al tradicional mercado de artesanías, una visita obligada, donde está el famoso restaurante Augusto y el mercado de mariscos.
Ahí entre los puestos, pruebo un mote con huesillos, la bebida tradicional chilena.
Se trata de una fresca mezcla de grano de trigo molido y acaramelado, que está combinado con duraznos deshidratados o en almíbar, a los cuales en Chile les llaman huesillos. Es simplemente exquisito.
Cerquita del fin del mundo
Los ojos duelen. Y nunca un dolor puede ser mejor que el causado por la belleza. A mil kilómetros al sur de Santiago, en la Patagonia chilena, se encuentra la región de Los Lagos, un sitio donde, literalmente, los ojos reclaman tanto esplendor.
Eso por lo menos me sucedió a mí cuando, desde el ferry que nos llevaría a Peulla, miré de frente por primera vez esos paisajes de agua que reflejan montañas heladas.
Peulla, mi última parada en Chile, es una comunidad ecológica donde el lujo mayor es la vegetación que la circunda y la contemplación de los animales en libertad que la habitan.
Aquí, un visionario suizo llamado Ricardo Roth construyó el hotel homónimo a la localidad, que es punto de partida para una infinidad de aventuras, desde kayak y cabalgatas hasta pesca deportiva. El escape ideal para un retiro verdadero.
En el viaje de regreso, ya sentada en el avión, Chile me despide con muchas nubes y poco Sol. Estoy sentada ahí y pienso en lo mucho que me llevo de la tierra de esos vinos y esos sabores.
Ya no pienso en la poesía. Recién la acabo de ver, probar y oler.
Gabriela Rentería viajó con apoyo de Pro Chile.
Dónde Hospedarse
Hotel Boutique Le Reve Santiago Ubicado en corazón del barrio de Providencia, este pequeño y encantador hotel de 31 habitaciones es uno de los preferidos por su excelente servicio y decoración. lerevehotel.cl
Hotel Sheraton Santiago Famoso por albergar grandes grupos y convenciones, este gran hotel de 379 habitaciones ofrece confort, buena comida y muy buen servicio, además de su incomparable vista a los Andes. starwoodhotels.com
Hotel Lastarria Este pequeño hotel boutique de 14 habitaciones se ubica en una casona de 1927, en la zona centro de la ciudad. Excepcional para todos los sentidos.
Cuenta con un destacado restaurante, el DeliLounge. lastarriahotel.com
Dónde comer
Boragó Ovacionada cocina contemporánea chilena preparada por el joven chef Rodolfo Guzmán.
El restaurante número 42 de la lista de los 50 mejores restaurantes del mundo. borago.
© Food And Travel Al sur de la coordillera de Chile
La Costanera Oyster Bar Relajado, sin pretensiones, más que las de poner en la mesa los mejores productos del mar. Preparaciones sencillas con las que te dan ganas de permanecer horas y horas ahí. lacostanera.cl
99 Con ingredientes de temporada y técnicas de alta cocina, los dos chefs
de este lugar, Kurt Schmidt y Nicolás López ofrecen una carta creativa —con
preparaciones al borde del minimalismo—, que respeta íntegramente cada
producto. 99restaurante.com
prodigy.msn.com/es-mx/viajes/other/al-sur-de-la-coordillera-de-chile/
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